Básquet

El final es en donde partí

El poeta Khalil Gibrán en su libro, El Profeta sostenía que en la misma fuente donde brota nuestra risa, fue muchas veces llenada con nuestras lágrimas y que cuando estemos contentos, miremos al fondo de nuestro corazón y encontraremos que lo que nos produjo dolor, es lo que hoy nos da alegría.
 
Con esas palabras me sentí fielmente representado e hicieron eco durante toda mi carrera deportiva. Progresar muchas veces significa tomar decisiones que requieren mucho valor, pero que son necesarias para intentar alcanzar los sueños personales.
 
Siendo muy joven tomé un avión a Roma, conmigo llevaba un equipaje que contenía algunas pertenecías, muchísimas dudas y una sola certeza; si me quedaba en San francisco me iba a estancar y nunca podría dar el salto que esperaba. Tal vez era una exageración, pero ese sentimiento hacía un largo rato que me venía acompañando y no podía cambiarlo.
 
En realidad, la decisión de irme ya la había tomado un par de años atrás cuando fui a probarme a varios equipos de Liga Nacional y querían que me incorpore a alguno de ellos. Recuerdo que me volví llorando en uno de los largos viajes en colectivo, pensando en cómo sería mi vida sin la compañía de mi familia y amigos.
 
Finalmente, tuve que postergar mi partida porque el club San Isidro había tasado muy alto mi pase; “Mirá pibe vos me gustás como jugador para apostar al futuro, pero por la guita que piden, contrato al que el año pasado fue el goleador de la liga”, me dijo sorprendido el entrenador de Olimpia de Venado Tuerto, Pedro Scarain.
 
Mi primera temporada en Italia fue muy complicada, me tuve que adaptar a la fuerza, estudiar para mejorar el idioma, y aprender nuevas cosas que iban desde insertarme en un estilo de juego completamente diferente al que venía acostumbrado, y aprender tareas del hogar básicas de lo cotidiano. Además, sufrí varias lesiones y a mitad de año me transfirieron a otro equipo de menor categoría y tuve que empezar de cero otra vez. No niego que muchas veces se me cruzó por la cabeza pegar la vuelta, pero gracias a mi orgullo y al gran apoyo de mi familia y seres queridos pude seguir firme.
 
Cuando me invadía la melancolía me concentraba en los aspectos positivos de mi nueva aventura. Si bien en lo deportivo me estaba costando más de lo imaginado, trataba de apreciar todo lo que estaba ganando a nivel social. Nuevos y hermosos lugares, diferentes culturas, y mayor independencia personal, se iban incorporando y de apoco irían moldeando mi forma de ser y de pensar.
 
Con el correr de las temporadas, me fui afianzando cada vez más, con altos y bajos como sucede en cada aspecto de la vida, con sobresaltos, pero a pie firme. Partí hacia el viejo continente una tarde de septiembre a ver qué pasaba y me quedé casi 14 años.
 
La balanza: se gana y se pierde 
Generalmente siempre fui muy crítico de mi carrera y no estaba satisfecho de la misma. Si bien tuve temporadas destacadas y hasta tuve una aparición en un partido amistoso representando a una selección italiana, siempre me quedó la sensación de no haber estado a la altura de lo que yo esperaba de mí. Existieron momentos en que me puse a pensar que, si hubiera tomado otra alternativa en algún momento crucial de mi actividad profesional, quizás podría haber tenido mayor trascendencia.
 
Últimamente esa sensación fue cambiando progresivamente y hoy desde otro lugar y con una perspectiva diferente comienzo a valorar todo lo que viví. Sería muy injusto renegar de una actividad que me hizo crecer tanto como persona. Desde lo profesional tuve la suerte de compartir plantel y de enfrentar a campeones mundiales, medallistas olímpicos y jugadores que después tuvieron destacado pasar en la NBA.
 
Pero mi mayor ganancia se dio en el ámbito personal. Gracias al básquet puede conocer gente de todos los continentes, y cada una de ellas fue aportando cosas que me enriquecieron. Con la mayoría de ellos no pude reforzar los vínculos debido a un oficio que, dificulta la posibilidad de  establecer amistades en un mismo lugar por un largo tiempo. Además tuve la oportunidad de viajar y conocer muchos países y eso es algo que jamás voy a olvidar. 
 
Ser un deportista profesional (en este caso el basquetbol) tiene sus ventajas. Te invitan a eventos, a fiestas, se te facilitan un montón de trámites porque el club tiene contactos, algunas veces la gente te reconoce por la calle y te ofrecen palabras de aliento, aunque en ocasiones en que las cosas no van bien, puede ocurrir que te insulten mientras haces la fila para pagar en un supermercado como me ha sucedido en algunas oportunidades.
 
Una anécdota personal va a servir para poder entender estos dos polos. Hace unos 10 años mis padres me fueron a visitar a la ciudad de Brindisi y estaban maravillados por el trato que recibieron. Los paraban en la calle, les regalaban cosas en los negocios, los invitaban a ir a eventos, etc. Una vez hablando con mi mamá le conté que lo que estábamos viviendo era fruto del buen momento del equipo, pero que no siempre era así, “mirá mami, hace unos meses estaba caminando hacia el departamento y un recolector de residuos saltó del camión al grito de ganen un partido manga de muertos, se volvió a subir y se fue”, le expresé entre risas. 
 
En esto de pérdidas y ganancias la lejanía de las personas queridas es lo más difícil que me tocó sobrellevar. Por más que pasen los años y pareciera que uno se va curtiendo, cuando llegaba el momento de irme nuevamente por una larga temporada, me producía una tristeza tan grande que me hacía desear inconscientemente que se cancele el contrato para así quedarme un tiempo más con mis afectos.
 
Por seguir mi vocación me perdí cumpleaños, navidades, casamientos, el nacimiento de mi sobrina y poder estar al lado de mis familiares para darles una mano cuando fallecieron mis abuelos. Todos esos momentos nunca los voy a poder recuperar, pero también me sirvieron para aprender a valorar cosas que quizás antes no hubiera considerado. Esas experiencias vividas en el pasado hacen que hoy disfrute más de cada minuto que paso con mis familiares y amistades.
 
Fue justamente esa sensación de que ya me había perdido demasiados momentos importantes, lo que me motivó a volver a Argentina. Formosa me dio la posibilidad de debutar con 34 años en la Liga Nacional A y de acercarme a casa. Bueno lo de acercarme es una ironía, pero estaba dando el primer paso.
 
Derrumbando mitos
Una de las grandes lecciones que pude aprender gracias al básquet fue que a veces se crean prejuicios que perduran en el tiempo sin una base sustentable. Sobre el final de mi carrera me llegó la posibilidad de ir a jugar Chile. Cuando recibí la propuesta tuve sentimientos encontrados. Hacía varios meses que estaba viviendo en la ciudad y ya me había acostumbrado a la vida local. Además acababa de conocer a Anyi, quien hoy es mi compañera de vida y me resultaba difícil separarnos en lo más lindo del romance. Por otro lado representar a la Universidad Católica era una oportunidad muy tentadora. Finalmente, con su apoyo y la promesa de que me iba a ir a visitar, partí rumbo a Santiago.
 
El pensamiento general de una gran parte de los argentinos con respecto a los chilenos es el  de un pueblo enemistado y hostil con nosotros. Mi experiencia personal fue completamente opuesta a ese prejuicio instalado en la sociedad. Tuve la suerte de integrar  un grupo  de jugadores y cuerpo técnico espectacular, que desde el principio de mi estadía me trataron como si fuera uno más y se fue generando un vínculo que aun hoy se mantiene fuerte.
 
En general los chilenos son bastante respetuosos y siguen muy de cerca lo que acontece en Argentina. Consumen televisión, música  de nuestro país y admiran profundamente a los deportistas argentinos, especialmente a los futbolistas y a los basquetbolistas. Nuevamente viajar se convirtió en la herramienta más importante para ampliar mi visión sobre las cosas.
 
Mientras escribo este artículo se me vienen a la mente un sinfín  de situaciones que pasé a lo largo de estos años. Todos estos recuerdos no existirían si no hubiera tomado ciertas decisiones (difíciles) en su momento. Porque de eso se trata ser un deportista profesional, de tener la fortaleza de tomar siempre la decisión más beneficiosa para el crecimiento personal aunque eso resultara doloroso. Seguramente a lo largo del camino he alternado buenas y malas, pero no cambiaría nada de lo realizado, porque esa suma de aciertos y errores me llevaron  a estar a donde hoy me encuentro, en mi casa con mis seres queridos. Tal como dice la canción de La Renga  “El final es en donde partí”.
 
Mi profesión tiene la característica de que todo pasa muy rápido. Se inicia desde muy chico y se termina demasiado pronto. De repente eso que ocupaba la mayor parte de tu tiempo no existe más. Te sentís con un espíritu juvenil, pero a su vez estas en una edad crítica para insertarte en un ámbito laboral diferente. Muchos son los casos de deportistas que sufrieron grandes depresiones. Yo creo que la clave está en generar siempre  nuevos desafíos. 
 
Mis metas hoy son por poder formar una familia con mi pareja, obtener un título universitario, y mejorar aquellas cosas que me permitan ser una mejor persona. Seguramente van a existir momentos donde el partido se haga cuesta arriba. En esa situación habrá que pedir minuto, diagramar la mejor jugada posible y tomar la decisión correcta.
 
Por Franco Prelazzi 
 
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