Básquet

El día que fuimos escoltados por la policía militar

Corría el año 2005 y nos dirigíamos hacia el mítico estadio del Partizan de Belgrado, una especie de meca para los amantes del básquetbol. Durante los 45 minutos que duró el traslado pude observar la heterogénea arquitectura que conformaba el paisaje de la capital de Serbia. Futuro y pasado estaban entrelazados en cada cuadra. Por un lado se podían admirar modernas construcciones, símbolo de un país decidido a olvidar el dolor y mirar hacia adelante, pero también edificios marcados por uno de los momentos más dramáticos y trágicos para esa nación: El bombardeo de la Otan de 1999 durante la guerra de Kosovo.
 
Todo nuestro recorrido fue acompañado por una banda sonora muy particular, “las sirenas de la policía militar”, la cual fue nuestra especie de guía turística. Mayor aún fue nuestra sorpresa al llegar a destino, cuando nos percatamos que el despliegue de seguridad incluía también a una decena de jóvenes equipados con ametralladoras, que nos estaban esperando para darnos la bienvenida. 
 
El destinatario de semejante puesta en escena al mejor estilo Hollywood era mi entrenador, Alexander Petrovic, hermano del símbolo deportivo más importante de la historia de Croacia; el recordado Drazen Petrovic, quien falleció en un accidente automovilístico en el momento de mayor esplendor de su carrera.
 
Básquet, aventuras y guerra
Mi entrenador Alexander “Aza” Petrovic aterrizó  en la ciudad  de Fabriano a mitad de temporada para reemplazar a Romeo Sacchetti, quien actualmente guía a la selección italiana en las eliminatorias europeas. Había sido un excelente  jugador de básquet que llegó a conquistar varios logros con la selección yugoslava y además se había convertido en un entrenador de renombre (medalla de bronce en Eurobasket con la selección croata), aunque su carrera siempre había sido opacada por los méritos de su hermano Drazen, algo inevitable cuando nos referimos a quizás el mejor jugador no estadounidense de todos los tiempos. 
 
Su vida como la de tantos coterráneos se vería  marcada por los  innumerables conflictos y luchas políticas que llevarían a que Croacia se independizara de Yugoslavia en 1991. Tenía todas las credenciales para ser el hombre que podía lograr que nuestro campeonato mejorara.
 
Paradójicamente su primera semana de trabajo también fue signada por la custodia policial. Habíamos perdido malamente el clásico  de local y al final del partido se produjeron agresiones por parte de los hinchas. Todavía hoy tengo el recuerdo de salir del estacionamiento con algunos barras que me pateaban el auto. El hecho de que me haya peleado con algunos plateítas durante el juego, ¿habrá influido en los disturbios posteriores?
 
Un mes después de esa experiencia digna de un partido de la B metropolitana de futbol, emprendimos el viaje hacia Belgrado para jugar un amistoso contra el poderoso Partizan, organizado por un sponsor que teníamos en común, aunque la palabra “amistoso” quizás no sea la más pertinente, ya que la tensión se podía sentir en el aire y durante nuestra permanencia en tierras serbias preparamos el encuentro como si fuera una verdadera final. 
 
El día del match Aza nos brindó un tocante discurso, donde nos explicaba la importancia que tenía para él volver a dirigir en una ciudad que alguna vez había sido su capital. Recuerdo como si fuera hoy cuando nos contó que en una oportunidad fue a jugar con Sevilla y lo recibieron con un cartel que decía: “Nosotros matamos a tu hermano y ahora te toca a vos”.
 
La carga emotiva de sus palabras nos sirvió de inspiración para entrar al imponente rectángulo de juego con ganas “de comernos la cancha”. La emoción duró muy poco. Desde un comienzo nos pasaron por arriba, y si bien Petrovic discutió acaloradamente con los árbitros, a los que acusó de perjudicarlo por ser croata,  la triste  verdad es que tenían un nivel superior al nuestro.
 
A mí me tocó la tarea de defender a Nikola Pekovic, quien años más tardes tendría una exitosa carrera en la NBA. El ex campeón europeo tenía una serie de características que lo convertían en alguien que cualquiera preferiría evitar: Enorme, atlético, joven, dinámico y con cara de malo. Cada topetazo suyo te hacía pensar que quizás pelearse con alguno de los militares que nos custodiaban sería menos perjudicial para mi integridad física. 
 
El básquet es un deporte donde generalmente se da la lógica, y esa ocasión no iba a ser una excepción.
 
Al finalizar la cena fuimos a dar un paseo  con un par de compañeros para despejarnos antes de emprender el regreso. Para tal fin entramos en el único pub que encontramos abierto. Al ingresar notamos que la mayoría de las miradas se posaron en nosotros, especialmente en Jean Marc, bautizado por la prensa parisina “el Rodman francés”, una ex promesa famosa por sus excentricidades, quien para la ocasión lucía un look rapero de rastas afro, una musculosa de color rojo furioso al cuerpo y anteojos de sol completamente dorados de donde pendía un bluetooth que utilizaba a menudo para hablar con todo tipo de personajes.
 
No sólo por el atuendo se dio a conocer, si no que a los pocos minutos empezó con su repertorio de cantos, risas y bromas a algunas de las personas que estaban cerca, algo que no fue tomado demasiado bien por algunos habitués del lugar. Justo estaba hablando con Luciano Masieri (ex Obras y selección  Argentina), sobre no quedarnos mucho para evitar problemas, cuando una escena que parecía sacada de una película de Tarantino terminó por afianzar mi idea, a unos 20 metros una jovencita que venía discutiendo acaloradamente,  arrojó  un vaso lleno de cerveza directo a la cabeza del barman.
 
“Lucho, si las minas hacen esto, no me quiero ni imaginar lo que son los tipos. Si el francés  se sigue pasando de simpático nos van a matar todos, vámonos yaaa”,  le dije. La vuelta al hotel fue aún más rápida de lo que teníamos previsto, ya que nos topamos con un taxista con ciertas aspiraciones de piloto de fórmula 1, quien a bordo de un Fiat 128 bastante oxidado y alentado por los coros de Jean Marc, cruzó toda la ciudad violando cada  ley de tránsito posible, afortunadamente llegamos a nuestro hospedaje sanos y salvos.
 
Finalmente volvimos a Italia donde concluimos el campeonato muy por debajo de nuestras posibilidades. El presidente había invertido mucho dinero para ganar el torneo y ascender a la A y no estuvimos ni cerca de lograrlo. Meses después mostraría todo su descontento cuando nos rescindió el contrato a casi todos.
 
Desde ese día  iniciamos distintos caminos. Alexander Petrovic volvió a dirigir a la selección de Croacia en las Olimpíadas de Río y hoy es el entrenador de Brasil. En el medio se lo vio aparecer en el emocionante documental Once Brothers, donde la ex estrella de la NBA, el serbio Vlade Divac, cuenta cómo fue su relación con Drazen Petrovic, quienes pasaron de sentirse casi hermanos de la vida a no dirigirse la palabra después de que en 1991 Croacia le declarara la independencia a Yugoslavia.
 
Lucho Masieri es manager en un restaurante italiano en Denver USA, Jean Marc vive haciendo bromas que publica en Facebook live, y yo acá, en San Francisco haciendo mis primeras experiencias como futuro periodista, sentado delante de mi computadora tratando de encontrar las palabras adecuadas para cerrar este último párrafo.
 
Por Franco Prelazzi
 
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